Lo primero que me viene a la mente al atravesar la puerta de entrada del Museo es volver la vista atrás y recordar la ceremonia de la colocación de la primera piedra el 23 de Octubre de 1993. Allí empezó todo. El despegue de Bilbao como ciudad de servicios. Donde antes hubo muelles, almacenes portuarios, industrias navales, astilleros y pequeñas industrias hoy lo ocupan edificios privados bajo la firma de prestigiosos arquitectos de renombre internacional.
Penetrar en su interior y observar a numerosas personas en el atrio deambulando en busca de la instantánea más original para luego presumir de ella es lo que tiene la jornada de puertas abiertas. Pocos son los que contemplan el interior del lucernario cenital y sus muros de cortina. Al ir ganado altura, tras subir las escaleras, la gran sala central del piso inferior acoge la instalación permanente de La materia del tiempo de Richard Serra. Siete piezas escultóricas para que nos perdamos en ellas, un laberinto complejo que provoca una profunda sensación de espacio en movimiento.
Para su vigésimo aniversario la gerencia del Guggenheim ha preparado un repertorio amplio de eventos. La retrospectiva Francis Bacon: de Picasso a Velázquez es uno de ellos. Por medio de una selección de cincuenta pinturas nos acerca a la impronta de la cultura francesa y española que dejaron su influencia en el artista británico nacido en Irlanda.
El revestimiento del titanio con formas curvas encajan a la perfección con el puente de la Salve, teñido de rojo, en una escultura transformada por el artista Daniel Buren. Una de las vías rápidas de acceso a la Villa de Bilbao encaja dentro del complejo diseñado por Gerhy.
Forma y espacio adquieren una nueva dimensión al borde la ría, dentro del estanque adyacente al museo. La escultura el gran árbol y el ojo de Anish Kapoor cobra una suspensión dinámica. Con ella nos recuerda la inestabilidad y el carácter efímero de nuestra visión y, por extensión, de nuestro mundo.
Por último, Naturaleza y arte conjuntados. La simbiosis del olivo y las curvas de titanio en un lateral de la fachada. Como bien decía Robert Fludds:
«Cada planta del mundo tenía su estrella equivalente en el firmamento y que había una conexión entre la realidad microcósmica de la tierra y la macrocósmica del cielo».