Basta esta leyenda en una señal de circulación en San Sebastian para averiguar que se esconde en dicho tramo. Una calle de sentido único. Con estacionamientos en batería a ambos lados. Edificios de corte modernista adornan el paseo. Y de repente a izquierda y derecha del paseo vegetación exuberante. Olmos principalmente, que proporcionan sombra a los paseantes. Lectura prolongada en un banco callejero. Tertulias improvisadas con los vecinos sobre la situación del barrio.
Junto al haya y el tilo, el olmo es uno de nuestros árboles más frondoso. Puede alcanzar los cuatrocientos años de edad y una altura considerable, entre los veinte y treinta metros. Es un árbol de hojas caducas, alternas y disimétricas en la base. Flores hermafroditas.
El tronco del olmo es recto, alargado y a veces, sinuosos, cubierto por una corteza de cloro marrón oscuro, espesa y con grietas profundas. Su sámara madura en mayo. De forma orbicular, con la copa recortada, un ala ligera y membranosa que rodea una semilla única, roja oscura, con los dos extremos en forma de punta.
En la actualidad la madera del olmo es empleada para fabricar escaleras y rampas ya que su madera no produce astillas. Al final de la calle, en una pared cuelga un letrero forjado en hierro, como el de las antiguas posadas, donde puede leerse su nombre: Paseo de los Olmos.